La cascada de un río
rompe la noche
acunando en el silencio
el sueño de unos pastores.
Un ángel rubio
anunca al alba
que ha nacido Dios
en esa madrugada.
En un sucio establo,
entre el calor de unas pajas,
al Niño Dios que llora,
su madre soberana,
le besa, le da el pecho
y le canta una nana.
Ya se acerca el día,
y mientras los cencerros suenan,
y las ovejas balan,
y el panadero hace el pan,
y las mujeres lavan,
los Reyes Magos de Oriente
al Niño Dios le aclaman.
Por los caminos del cielo,
a la luz de los luceros,
el coro de los ángeles
canta un villancico
en el silencio eterno.
La cascada de un río
rompe la noche,
y María Y José velan
al Dios de todos los hombres...
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