Un niño tenía un jersey,
sucio y muy deshilachado,
tenía la edad de ir a la escuela,
estaba en el primer grado.
El recreo se le hacía, largo, largo
siempre se le hacía muy largo,
viendo como otros niños
tenían sus jerseys tan guapos,
y sin embargo el suyo,
estaba lleno de harapos.
Tenían jerseys bien hilados,
de colorines a cuadros,
de colorines a rombos,
de tejidos siempre rasos.
El caballito de aquel niño pobre,
no tienía cola,
era un palo de escoba
que vino un día montado
sobre una gran ola.
Tampoco tenía peonzas
el niño pobre,
ni soldaditos de plomo,
ni tambores de hojalata,
solo jugaba en silencio
con unos cartones,
a la puerta de su casa.
El niño pobre no ha visto,
no ha visto nunca una flauta,
pero vienen a verle unos jilgueros
y con ellos canta y canta.
Un año por navidades,
su ángel de la guarda,
le trajo como regalos,
un caracol con sombrero
y caracolas de nácar.
Cuanta pena él sentía,
ahora que ya todo ha pasado,
estando solo y tan triste
en aquel patio tan largo.
Se parecía a un gorrión
con frío y destartalado,
un pajarito sin alas,
sin jersey, sin juguetes
y sin nada por calzado.
¡Era tanta la pobreza
de aquel niño de once años!
Y es que la pobreza no entiende
ni te risas, ni de llantos,
ni de jerseys, ni de juguetes
ni tampoco de calzados,
ni tampoco…de la edad de los años…
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